Oscuridad cerrada por donde se mire. La desesperación se apropiaba de sus almas. Sin estrellas, sin guías, todo parecía perdido en un mar de lágrimas. Ya no importaba la cosecha, el único hambre por saciar era el de seguir vivo. El violento vaivén de las olas revolvía los estómagos ya vacíos, alteraba las mentes que no lograban encontrar salida.

No era su primera noche en alta mar, pero ciertamente parecía la última. No había brújula ni rosa de los vientos a las que recurrir. Sólo las voces para saber si aún estaban todos abordo.

El mar se aquietó completamente, el viento cesó y el silencio ensordecedor heló sus corazones. Y así comenzaron los rezos, primero tímidos, como quien hablar para si mismo, luego claros y al unísono. ¿Quién ruega ser escuchado, y atendido y salvado?

El tiempo pasaba, sin referencias, nadie sabía si eran minutos u horas, pero parecían eternidades. La desesperanza iba devorando sus cuerpos, comiendo sus almas. Sólo se oía el golpeteo del agua sobre la madera de la barcaza, que iba in crescendo hasta aturdir los sentidos.

De repente, la luz. EL cielo se abrió dándole permiso a la luna, bañados por una esperanza renovadora, nunca sabremos si los guió a algún puerto desconocido o a las puertas del cielo.